lunes, 17 de febrero de 2014

Merrie England (Sesión 4)

El tiempo transcurre con tranquilidad en Whitlingthorpe. Con su parte del dinero ganado en el viaje a Stamford, David ben Sharon se convierte en prestamista, trabajando con pequeñas cantidades para los aldeanos. No cobra intereses demasiado altos, para no ganarse excesiva animadversión de sus vecinos. Mientras, Gwenger prosigue sus intentos de forjar una espada digna de ser llamada obra maestra, algo que presentar al gremio para recibir el título de Maestro herrero.

Simón, a quien no pocos llaman Simón el Simple, oficia como capellán en el Convento de Whitling. Así que mueve algunas habladurías cuando se presenta en la posada de Stephen el Rojo, preguntando por Sir Antoine, quien vive allí. Mantiene una conversación con el caballero, en la que le transmite una invitación de la priora Leonor, Madre Superiora del convento, para que el caballero normando acuda a comer con ella dentro de dos días. Espoleada su curiosidad (aunque sin olvidar la nota que acreditaba una enorme deuda que el convento mantenía con el prestamista Abraham, convenientemente asesinado el mismo día que el cobro de la cantidad adeudada debía hacerse efectivo) Sir Antoine toma a bien aceptar la invitación.

Esa misma noche discute el tema con David y Gwenger en la misma posada (Dahl se encuentra enfermo esos días). Mientras elucubran posibles razones para la invitación, llega un nuevo forastero al establecimiento. Un hombre joven y apuesto, con una sonrisa en los labios y un laúd en las manos, entra saludando a los aldeanos allí reunidos, hablándoles como si fuesen viejos amigos a los que no hubiese visto en largo tiempo.

Y parece que algo de eso hay, pues los PJ no tardan en oír saludos en respuesta al trovador, que parece llamarse Will. Tampoco se les escapa que, en voz más baja, algunos le llaman Will el Rufián. No te hemos olvidado, le dice alguno, con cara de pocos amigos, ni tampoco hemos olvidado lo que hiciste aquí.

El joven no se amilana por la desconfianza que parece despertar. Con una exhibición de encanto, y unas cuantas canciones entonadas con buena voz, no tarda en ganarse la simpatía de todos los presentes.

Los PJ intentan indagar qué ocurrió la última vez que el músico errante estuvo en Whitlingthorpe. Por lo visto, descubren, eso ocurrió hace diez años (y curiosamente, señala algún aldeano, el trovador no parece haber cambiado en absoluto, como si para él no hubiese pasado el tiempo). Mantuvo un idilio con una muchacha del pueblo, a la que abandonó sin motivo alguno, dejándola tan deshecha que acabó tomando los hábitos. Se trata de la Hermana Mary, la monja que asiste al Hermano John en la Iglesia de San Miguel.

De modo que a David no le sorprende demasiado cuando, a la mañana siguiente, se presenta en su casa el monje benedictino, que sabiendo de la reputación que los PJ se están labrando en la región, quiere encargarles que vigilen a Will el Rufián mientras dure su estancia en la aldea. Por lo visto, antes de entrar en el pueblo se pasó por la iglesia, donde vió a la Hermana Mary. Ésta ha quedado muy afectada, y ahora no quiere salir del templo. Sé lo que cuentan en el pueblo, termina diciendo el clérigo, acerca de la Hermana Mary y de mí, pero no es cierto. Ambos respetamos nuestros votos, aunque vivamos juntos. Pero la presencia de este individuo puede suponer una amenaza para el alma de Mary.

Durante todo el día los PJ se dedican a seguir discretamente al trovador, que no se dedica a hacer nada especialmente sospechoso, más allá de encandilar a unas cuantas jóvenes con su música y sus educadas maneras. Flirtea con ellas, aceptando los regalos de comida y bebida que le traen. 

Después de unas cuantas horas contemplando ese tipo de situaciones, a los PJ les van entrando ganas de darle una paliza y echarle del pueblo a patadas... Pero lo cierto es que no parece hacer nada malo.

Al día siguiente, Sir Antoine, acompañado por Gwenger (que va en calidad de séquito) se dirige hasta el Convento de Whitling. Allí es recibido por la Priora Leonor. Esta es una mujer de unos cuarenta años, de rostro marchito y poco agraciado (pero no tanto como el del caballero). Sus hábitos son los propios de su orden, pero lleva encima numerosos ornamentos de oro y joyas. Una enorme cruz que pende sobre su pecho, y pesados anillos en los dedos, que hablan poco de la humildad que propugnan los clérigos. Más bien, la Madre Superiora se comporta como una dama, una señora en sus dominios. No en vano es de origen noble, prima del Abad de Peterborough. Una hija segundona destinada a tomar los votos, pero que ha recibido un puesto acorde a su clase.

Durante la comida, Sir Antoine descubre la razón de su presencia allí. Leonor ha oído hablar de alguna de las hazañas del caballero, según le cuenta, y quiere tomarlo a su servicio. El Camino del Norte tiene, en esta zona, un problema de bandidos (algo que no es necesario explicar al normando, que ya ha combatido a algunos), y los viajeros necesitan mayor seguridad cuando lo recorren. Hay otras tareas, sin embargo, para las que el convento podría emplear a un hombre de armas. En suma, la priora ofrece tomar a Sir Antoine como vasallo del Convento de Whitling, siendo ella, a todos los efectos, su señora feudal. El caballero no tarda mucho en pensárselo, y accede prontamente. Como no tiene otros lazos que le aten, no hay inconveniente en tomar el juramente de vasallaje ese mismo día, en la capilla del convento y en presencia de testigos.

David, que ha seguido vigilando al trovador, pasa el día sin novedades.

Con el nuevo amanecer, Sir Antoine, que ve como su fortuna va creciendo, comienza a hacer planes para tomar a su servicio a unos cuantos hombres armados que le ayuden cuando comience a patrullar el camino. Pero esos planes han de ser postergados, pues la vigilancia de Will ha tenido, en esta ocasión, resultados.

El trovador abandona el pueblo, después de pasar un rato amenizando la jornada a unas cuantas campesinas. Y se dirige en dirección a la Iglesia de San Miguel. Los PJ le siguen a la distancia, y pueden ver como Will se detiene antes de llegar al templo, al que se ha acercado con cierta vacilación, para dar un giro y comenzar a caminar hacia las colinas cercanas. Al cabo de un rato está ascendiento por la más elevada, con los PJ detrás, aunque Sir Antoine y Gwenger quedan algo rezagados mientras que David sube como una cabra montesa.

En la cima de la colina (que los aldeanos llaman la Joroba de Nick), el cabalista se encuentra con que la elevación está coronada por un círculo de piedras enhiestas. Allí está Will, y también la Hermana Mary, que lleva consigo un canastillo lleno de setas que ha estado recogiendo (abundan en el lugar). La religiosa intenta alejarse del trovador, pero entonces ocurre algo extraño. Will comienza a tocar su laúd, y un cambio repentino se opera en Mary, que queda como embelesada, soltando el cesto y acercándose al músico.

En ese momento, David invoca un conjuro, haciendo que los puños de piedra se abatan sobre Will. Prevenido al oír la entonación del hechizo, el trovador salta, evitando el golpe por muy poco, pero obligado a dejar de tocar su instrumento. De repente libre del embrujo que la empujaba, Mary da media vuelta y sale corriendo. Gwenger y Sir Antoine alcanzan en ese momento, jadeando, la cima de la colina.

Es en ese momento cuando, cerca del círculo de piedras, en la colina aparece un portal de piedra labrada con una puerta de roble que un momento antes no estaban ahí. La puerta se abre, y de su interior surge una extraña criatura. Un ser de pequeña estatura pero apariencia peligrosa, armado con una alabarda y tocado con un gorro de intenso color rojo, que adorna un rostro marcado por una nariz enorme, orejas puntiagudas y una boca llena de dientes afilados.

La extraña criatura -que ninguno de los PJ es capaz de identificar, aunque a ninguno le cabe la menor duda de que se trata de un miembro de la Buena Gente- se dirige a Will, al que habla con tono enfadado, en un idioma desconocido para el resto de presentes. El trovador, tras escuchar la diatriba, camina hasta la puerta, que atraviesa. Con una mirada feroz como única despedida, la criatura también entra, cerrando la puerta tras de sí, que desaparece como si nunca hubiese estado allí.

Sorprendidos por lo ocurrido, los PJ deciden regresar a San Miguel, para intentar conseguir algunas respuestas de boca de la Hermana Mary. Allí la encuentran, postrada ante el altar, su rostro envuelto en lágrimas mientras musita sus oraciones. Tras lograr que la religiosa se tranquilice un tanto, ésta les explica que al descubrir que Will había regresado, se asustó, temiendo por su alma si el trovador le obligaba a traicionar sus votos. Porque Will, les cuenta, no nació de padres humanos. O al menos uno de sus progenitores no lo era, pues el trovador es un niño de las hadas, uno de los bebés que son puestos en lugar de un niño humano cuando éste es robado por la Buena Gente. Eso se lo contó el trovador poco antes de desaparecer diez años atrás. Mary no le creyó en su momento, pensando que era sólo otra artimaña para engatursarla, pero ahora ya no parece que haya dudas al respecto.

Los PJ deciden quedarse fuera de la iglesia, previendo que el changeling decida regresar a por la mujer. David queda dentro del edificio, mientras que Sir Antoine y Gwenger montan guardia en el exterior.

No han de esperar mucho tiempo. Durante el crepúsculo, recortado sobre el sol que se esconde en el horizonte, ven acercarse la silueta del trovador. Lleva consigo su laúd, que toca extrayendo del instrumento una bella y tranquila melodía, pero en esta ocasión además una espada pende de su cinto. No responde a la interpelación de Sir Antoine, que le conmina a alejarse de allí y a dejar tranquila a la religiosa. En respuesta, Will se lleva dos dedos a la boca y emite un fuerte silbido.

Tras él surgen cuatro enormes perros, mucho más grandes que cualquier can que los PJ hayan visto en su vida. Son negros como el carbón, y sus ojos saltones parecen de un tamaño desmedido para su rostro. A una señal de Will, las imponentes bestias se abalanzan sobre los PJ.

Muy pronto, la lucha se vuelve encarnizada. Derribados por el peso de los inmensos sabuesos, Sir Antoine y Gwenger combaten desesperadamente. Causan graves heridas en los animales, pero ellos mismos sufren terribles mordeduras en las piernas. Gwenger, que no goza de la armadura del caballero, se lleva la peor parte, quedando su pantorrilla desgarrada por los dientes de uno de los perros.

Dentro de la iglesia, David intenta detener a Mary, que al oír la música del laúd, vuelve a caer presa de la magia de la canción, e intenta reunirse con el trovador. Al principio el hechicero puede mantener a raya a la mujer, pero al comprobar que la pelea va mal para sus compañeros, suelta a Mary y sale al exterior, mientras recita sus conjuros para protegerse a sí mismo y para arrojar su cólera contra el changeling y sus sabuesos.

Con la ayuda de la magia de David, Gwenger queda libre de las bestias, que quedan postradas con sus patas destrozadas por los puños de piedra. El herrero se pone en pie empleando su enorme garrote como muleta, y al ver pasar a Mary a su lado se arroja sobre ella, impidiéndole seguir avanzando.

Sir Antoine, por su parte, comienza también a decantar la lucha a su favor. Los cortes provocados en los sabuesos sangran abundantemente, y los animales acusan ya la debilidad que les provoca la pérdida de sangre. Mientras, Will se acerca hasta David, espada en mano. Pero antes de atacar, entona unas palabras arcanas que hacen desvanecerse la protección mágica invocada por el cabalista. Durante unos segundos David ha de luchar armado sólo con su bastón contra la espada que el trovador maneja con maestría. Pero pronto recupera el control de la situación al volver a usar su magia, en esta ocasión otorgando al conjuro de un blindaje que lo hace casi imposible de anular por otro mago.

Aceptando que ya no hay forma de obtener la victoria, Will da media vuelta y corre, seguido por los dos sabuesos que todavía quedaban con vida. 

Agradecida, Mary reza sus oraciones sobre Sir Antoine y Gwenger, que ven como sus peores heridas se cierran. Estos, una vez recuperados, descubren que el trovador parece haber desaparecido. Sospechan que debe haber huido por el portal que vieron abrirse en la Joroba de Nick, pero por el momento ese problema parece haber sido resuelto. No es probable que el changeling regrese en breve.

***

No todas las sesiones le dejan a uno satisfecho y contento con el resultado. Esta ha sido una de esas. Yo mismo estaba un poco espeso, y puesto que en esta ocasión contábamos con menos tiempo de lo normal, tuve que precipitar alguno de los acontecimientos para no dejar las cosas a medias. Aun así, quedé descontento con mi propia labor, a ver si se me da mejor la próxima sesión.

Está claro que el poder de la Hechicería es tremendo en RuneQuest 6. Los que estén acostumbrados a la edición de Joc se van a quedar sorprendidos al descubrir lo potentes que salen los magos en general, pero los hechiceros en particular, con este manual. Eso sí, el jugador que interpreta a David ben Sharon emplea sus conjuros sin preocupación, puesto que las historias que jugamos suelen ocurrir entre espacios de tiempo de al menos un par de semanas. Eso le da un margen para recuperar todos sus Puntos Mágicos (uno al día, según los parámetros que he establecido para la magia en esta campaña). En el momento en que una situación de alargue durante algunos días, creo que se va a notar mucho más lo rápido que puede quedarse un mago sin Puntos Mágicos con los que obrar sus conjuros.

Uno de los jugadores no pudo estar presente, pero como todo esto ocurría en el pueblo, no hubo ningún problema en declarar que Dahl había caído enfermo y así seguiría durante lo que durase la sesión. Una lástima, sin embargo, pues es PJ también tiene dotes de trovador, y habría sido interesante descubrir como reaccionaba a que un extraño tratara de "usurpar" su posición.

2 comentarios:

  1. Sí, la magia en general es bastante más potente en el RQ6 o Legend que lo que estábamos acostumbados en RQ3. La hechicería (que antes era o inutil o completamente brutal) es algo bastante serio incluso en personajes recién creados.

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    1. Desde luego. Los hechiceros en RQ3 solían ser perros de un solo truco, dominando dos o tres hechizos como mucho, y siendo bastante penosos en el resto. Con las reglas nuevas, resulta muy fácil que un hechicero, a poco que le den un poco de tiempo, determine el resultado de un combate.

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