lunes, 5 de agosto de 2013

Crusaders of the Amber Coast (Sesión 19)

Invierno de 1240 – Otoño de 1241

La vida sigue…invierno de 1240

Aquel año, la vida en Ascheradan proseguía, no sin problemas, como el duro invierno que hubieron de soportar aquellas gentes, pero también con soluciones. La encomienda de la Hermandad de la Espada había pagado por la leña adicional que se necesitaba para mantener a raya el terrible frío, evitando así las muertes de algunos de los aldeanos más pobres. Más adelante, cuando un brote de enfermedad surgió entre los livonios, el komtur y el Hermano Peter se habían encargado de atajarla, rezando por la milagrosa sanación de los enfermos.

Así que, ahora que Andra se disponía a emprender su último viaje al  Velu Laiks, la tierra a la que viajan las almas cuyo tiempo en el mundo de la carne se ha cumplido, lo hacía tranquila, sabiendo que las gentes de las que había cuidado durante toda su vida seguían bajo la protección de individuos capaces, que se preocuparían por las vidas que estaban a su cargo.

Tekla se encargaría de evitar que el pueblo olvidara a los dioses de sus padres, tarea que no sería nada fácil. Los germanos ponían mucho empeño en la conversión de los livonios, y Andra temía por que su gente acabase olvidando a los dioses que habían sido reverenciados por incontables generaciones anteriores. La anciana ragana sentía a la joven a su lado, tomando su mano. Pobre muchacha. Había intentado advertirla de lo que la esperaba, pero no podía dar demasiada información, sus visiones, aunque cada vez más claras debido a la proximidad de la muerte, seguían veladas para el resto. Así lo había decretado la Diosa del Destino. Andra lamentaba no estar a su lado para ofrecer consejo durante los acontecimientos futuros. La carga de ser la ragana de Ascheradan pesaría ahora sobre los hombros de Tekla.

Pero eso era lo único que lamentaba. Había vivido demasiado, había soportado demasiado. Ahora estaba cansada, y sólo deseaba descansar, sumirse en el sueño del que no se regresa.

Las estaciones pasan…verano de 1240

Hans había viajado hasta tierras de los paganos esperando conseguir tierras en las que construir una granja y establecerse. Para ello, trabajaba como mercenario al servicio de la Orden Teutónica, en la fortaleza de Ascheradan. Tiempo atrás, por ayudar a su komtur en el combate contra el demonio lobo que atacó la fortaleza entonces a medio edificar, había sido ascendido, y contaba ahora con el mando de los infantes germanos de la encomienda.

Ahora, parecía que un nuevo peligro se aproximaba hasta aquellas tierras, acaso una amenaza mayor de lo que había sido el demonio lobo. Quizá todas las tierras conquistadas por los cruzados podrían estar bajo el riesgo de una invasión, a juzgar por la seriedad con la que el komtur había juzgado lo ocurrido.

Había comenzado unos pocos días atrás. Las quejas de algunos granjeros, que vivían aislados al este de Ascheradan, Daugava arriba, sobre la desaparición de algunos animales. Nada importante, alguna que otra oveja. Hans ni siquiera molestó al komtur con algo tan nimio, se limitó a enviar a dos auxiliares livonios para que se encargaran del asunto. Pensaba que probablemente no se trataría de otra cosa que algún ladrón proscrito, o quizá una disputa entre vecinos, que se robaban el ganado los unos a los otros.

Pero cuando los guerreros no regresaron, comenzó a preocuparse. Dio parte al komtur, que decidió organizar una patrulla para buscar a los desaparecidos. Adam, Tekla y Zemvaldis, junto con cuatro livonios más, partieron del castillo.

Regresaron unos seis días más tarde. Traían malas noticias. Al menos uno de los auxiliares había muerto, pues encontraron su cadáver en el fondo de un barranco, con una flecha en su costado. Había señales de caballos, varios jinetes que se habían alejado de allí.

Seguir el rastro les había llevado hasta el campamento de los supuestos bandidos. Allí, Zemvaldis se adelantó, confiando en su talento para pasar desapercibido y moverse sin hacer ruido. Pero la fortuna no le acompañó, según le contaron a Hans. Un centinela oculto vio a Zemvaldis antes de que pudiese aproximarse demasiado, alertando a sus compañeros mediante el empleo de una ingeniosa flecha de señales. Rápidamente, los desconocidos montaron en sus caballos y abandonaron el lugar. Excepto Adam, la patrulla de Ascheradan iba a pie, con lo que no había esperanza alguna de darles alcance.

Pero Zemvaldis había oído hablar a los desconocidos, y no hablaban ninguna lengua que conociese o que hubiese oído hablar. Los días siguientes, juntando las descripciones de algunos granjeros de la zona que habían visto a los desconocidos en la lejanía, llegaron a la conclusión de que estos no podían ser sino exploradores de la llamada Horda Dorada, la fuerza invasora que había puesto de rodillas a los príncipes rusos. Debían estar explorando las fronteras de Livonia ¿Quizá para preparar una nueva conquista a la larga lista de las que ya habían logrado?

Se toman decisiones…otoño de 1241

Spidala estaba a la vez furiosa y excitada. Se encontraba rodeada de sus peores enemigos, todos los cuales la matarían sin dudarlo si supiesen quien era realmente. Incluso había unos pocos que lo sabían, pero no podían hacer nada por el momento. La bruja vilkacis se sabía en peligro, pero disfrutaba de la sensación. Por su parte, hubiese desgarrado las gargantas de sus enemigos con salvaje abandono, pero debía controlarse.

Estaba en la sala de audiencias del castillo del Arzobispo Nicholas, el hombre más poderoso de Livonia. Y allí estaba también Dietrich von Gruningen, Ostmeister de la Orden Teutónica en las tierras al norte de Lituania. También se encontraba el capítulo principal del territorio, el consejo formado por los komtur de las distintas encomiendas. Entre ellos, por supuesto, estaba Marcus Adam von Lautervach. Y qué sorpresa había sido para los dos ver aparecer a Tekla y Zemvaldis.

Spidala estaba allí como parte de la embajada del Duque Vykintas, uno de los más poderosos líderes de las tribus lituanas. La embajada tenía como objeto negociar una tregua entre Vykintas y la Orden Teutónica. Mindaugas, tío de Vykintas, era el Duque que estaba unificando Lituania, en parte mediante el método de dar muerte a algunos de sus parientes y apoderándose de sus tierras. Su sobrino Vykintas, temía este destino, por lo que buscaba la ayuda de los caballeros teutónicos para hacer frente así a una amenaza común. A cambio, ofrecía la posibilidad de paz entre ambos bandos, y se sugería la posibilidad de cierto interés en la fe cristiana. Tal vez Vykintas estuviese dispuesto a recibir el bautizo.

Así lo había explicado el embajador Vitautas, enviado por su duque para negociar en Riga. Los cristianos habían oído sus palabras con una mezcla de interés y odio. Por una parte, una tregua con los lituanos sería de lo más deseable para aquellos que deseaban emprender la conquista de Novgorod. Por otro lado, muchos no podían ignorar la Batalla de Saule. Vykintas había liderado a los guerreros lituanos que destruyeron casi por completo a la Hermandad de la Espada cinco años atrás.

Pero Vitautas era convincente en sus palabras. Y tanto el arzobispo como el ostmeister eran favorables a la tregua.

Spidala sentía las miradas de Adam y Zemvaldis sobre ellas. El ahora komtur de Ascheradan incluso había intercambiado unas palabras con ellas. Amenazas veladas que salieron de los labios de ambos, mientras Adam la tomaba de la mano. Eso había sido una sorpresa para ella. Pudo notar claramente el poder de Perkons en la mano de Adam, como un dolor molesto que podía reprimir a duras penas. Evidentemente, el caballero había hecho el gesto en un intento de revelar su naturaleza de vilkacis, pero no había funcionado.
En venganza, Spidala se permitió revelar un pequeño secreto a los oídos de Zemvaldis. Años atrás, cuando abandonó Ascheradan, portaba a un hijo suyo en su vientre. Y Tekla lo sabía.

Tekla… Spidala la odiaba más que a nadie, pero no se atrevía a hablar con ella. No ahora, cuando la edad había hecho madurar los rasgos de la muchacha en todo su esplendor, dejando patente el parecido con Vitautas, Señor de Vilkacis. Su padre.

Desde su posición, pudo contemplar el momento en que las miradas de Tekla y Vitautas se cruzaron. El Maestro nunca había acabado de creer a Spidala, cuando ésta le contó sus sospechas. Ni siquiera tras la muerte de Kangars, a manos de Adam un par de años atrás, así como los demás intentos de Spidala por evitar la construcción de la fortaleza de piedra. Pero ahora no había duda posible.

Tras más de veinte años de búsqueda, ahora, al fin, Vitautas había encontrado a su hija perdida.

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