viernes, 26 de abril de 2013

Crusaders of the Amber Coast (Sesión 8)

Los cruzados abandonaban la Korantaila, dirigiéndose al norte, en dirección a casa. Tras ellos, la colina en la que se alzaba la aldea y su fuerte ardían, pasto de las llamas tras el saqueo al que la habían sometido los incursores. Estos portaban el botín, que además de una buena cantidad de bienes valiosos y animales de rebaño, también consistía en los habitantes capturados, destinados a convertirse en esclavos en los campos de cultivo de la orden.

El hermano Lucien de Normandía estaba satisfecho. No tan sólo apenas había habido bajas entre los cruzados, sino que ninguna de estas había correspondido a la docena de soldados y auxiliares germanos aportados por Ascheradan. Tanto el komtur Wilfred von Bremen como él mismo habían salido casi totalmente indemne del asalto.

No así había ocurrido con el hermano Adam, que en dos ocasiones bordeó el desastre. Primero, cuando atacaron las viviendas que conducían a la entrada de la colina en la que alzaba Korantaila. La mayoría de los caballeros se había dedicado a atacar a cualquiera que se les pusiera por delante, pero Lucien ya creía conocer a Adam, y sospechaba que sólo buscaría enemigos armados. Por eso no se despegó de su lado. 

El puente que cruzaba el río junto al que se alzaba la aldea estaba protegido por algunos guerreros. Adam se enzarzó en combate con tres de ellos a la vez, en un gesto realmente audaz, pero que casi le cuesta la vida. Antes de que Lucien pudiese acudir en su ayuda, el joven había derribado a dos lituanos, pero el tercero le había hundido una lanza en el vientre. Lucien llegó antes de que pudiese aprovechar su ventaja, hundiéndole su espada al livonio desde el cráneo hasta los dientes con un golpe cargado de furia. Se había aprestado en recoger a Adam y cabalgar con él sobre la grupa de su caballo hasta el campamento. Allí, la muchacha livonia, Tekla, se hizo cargo de él. Lucien tuvo que regresar al combate de inmediato.

Los caballeros habían rebasado la posición del puente, avanzando por la orilla del río hasta el portón del camino de acceso a la aldea, de la que ya brotaban columnas de humo, pues allí estaba combatiendo la infantería de los cruzados. El portón estaba defendido, y su captura estaba comenzando a ser un problema cuando las puertas se abrieron. Allá, un grupo de livonios encabezados por Zemvaldis y Akselis les aguardaban. Los auxiliares habían descendido la colina, atacando a los defensores del portón por la retaguardia, arrollando con facilidad cualquier intento de defenderse.

Los caballeros estaban cruzando el portón cuando Lucien se dio cuenta de que Tekla estaba avanzando en su dirección, montando con bastante torpeza un caballo de monta, mientras gritaba para atraer la atención de los cruzados en dirección al puente que habían dejado atrás.

Por allí estaban avanzando un grupo de guerreros lituanos, mejor pertrechados que los incursores de verano a los que se habían enfrentado hasta el momento. Los lituanos portaban lorigas de malla, y armas de templado acero. Eran unos quince, y si cruzaban el puente, podrían desalojar a los cruzados de la aldea antes de que ésta cayese por completo. Y en el extremo norte del puente, lo único que se interponía entre los lituanos y la retaguardia germana era el hermano Adam, que, más o menos recompuesto por el tratamiento de Tekla a sus recientes heridas, defendía desesperadamente su posición contra los guerreros enemigos.

De inmediato Lucien había llamado la atención de su komtur. Alarmados por lo ocurrido, los dos Hermanos de la Espada de Ascheradan acudieron en ayuda de su compañero con toda la velocidad que pudieron sacar de sus caballos. Llegaron justo a tiempo, cuando Adam ya había sido desmontado, y su brazo derecho colgaba inerme, con una fea herida que hacía que las anillas de la malla se volvieran carmesíes.

Los lituanos no tenían interés en tomar en puente a toda costa, porque cuando se encontraron con una oposición mucho más firme retrocedieron. Era un gesto inteligente, su líder, que aguardaba montado en el otro extremo del puente, no estaría dispuesto a malgastar las valiosas vidas de aquellos guerreros experimentados y equipados tan costosamente. Los cruzados no llegaron a averiguar quienes eran estos inesperados enemigos, pero el consenso fue que debían ser guerreros del Duque Vykintas, señor de toda la región, que se dirigían a Korantaila para emplear la aldea como campamento desde el que dirigir una nueva incursión a territorio germano. A Lucien le parecía una buena explicación, lo cierto es que no se le ocurría nada mejor para explicar qué hacían allá esos lituanos tan bien pertrechados.

Una vez retirados los lituanos, los caballeros incendiaron el puente y ayudaron como pudieron con las heridas de Adam.  La batalla se había decantado definitivamente, los pocos lituanos que resistían en el fuerte de Ascheradan estaban condenados.

Y así había sido. Cuando las puertas cayeron, los cruzados entraron en tromba. No se habían tomado prisioneros entre la gente de armas, que murieron allí donde estaban. El resto de los habitantes de la aldea fueron seleccionados. Aquellos que podrían servir como esclavos, fueron atados y preparados para la marcha. El resto iba a ser ejecutado, pero tanto el komtur Wilfred como el hermano Adam habían presentado razones para disuadir de ello al jefe de la expedición, el komtur Gottfried von Eisenburg. Finalmente éste consintió en perdonar la vida de los supervivientes inútiles para el trabajo, que fueron abandonados entre las ruinas de la aldea.

El ataque había comenzado con la salida del sol, y éste aún no se había puesto cuando los incursores abandonaron el lugar, junto con su botín y sus prisioneros.

***

Tekla estaba aprendiendo rápido, pensaba Andra. Pero claro, era normal que lo hiciera.

La ragana de Askere se había sentido complacida por la elección de Tekla, cuando ésta vino hasta ella, poco después del regreso a Ascheradan de la expedición de saqueo contra los lituanos. La muchacha había contemplado horrores allí, eso podía notarlo Andra. A pesar de todo, Tekla le pidió ser iniciada en los misterios de Mara, la más amable y bondadosa de las diosas. Era una sorpresa, pues Andra había pensado que se interesaría más en Saule, o tal vez en Laima, que pensaba serían más acordes a la personalidad de la muchacha. Pero la joven había escogido a la Madre.

Así que, una vez Tekla le demostró su habilidad con la curación, y su conocimiento de las plantas medicinales y su uso, Andra la llevó en secreto hasta el árbol sagrado de la aldea, y allí la había presentado a la diosa como una más de sus hijas. Y todo había salido bien. La ragana no albergaba duda alguna acerca de que Tekla se acabaría convirtiendo en alguien muy poderoso, mucho más de lo que la propia Andra, y parecía que la suya iba a ser una fuerza empleada en beneficio de su gente.

***

Otro episodio más que se resuelve más o menos satisfactoriamente para los PJ. Después de terminar con el feo asunto de la incursión, dedicamos el resto de la sesión a resolver algunos cabos sueltos de los personajes. Tekla finalmente se ha unido a un Culto, mientras que Zemvaldis está dedicándose a distraer, a modo de comisión otorgada a sí mismo, algo de los beneficios que como representante comercial de Ascheradan logra con las compras de pieles y ámbar, o las ventas de los mismos productos a la hansa de Riga. Zemvaldis Barcenaukas, le llamo yo. El caso es que se ha dado cuenta de que lo que se lleva él de las cuentas no es la única cantidad que desaparece antes de que el montante final sea presentado al komtur. Zemvaldis comienza a sospechar de su superior, el sacerdote Roger de Lübeck, hermano de la espada "capagrís", es decir, los encargados a labores de intendencia y similares. Ahora mismo sigue investigando el asunto, tratando de llegar al fondo.

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